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Prisión

La romántica melodía del despertador no coincidía con el ánimo de Mercedes al tiempo de abrir los ojos, no pudo evitar un sentimiento de disgusto. Remoloneó unos minutos al tiempo que un bostezo ponía de manifiesto la intención de prolongar el descanso, los dulces sueños. La razón pudo más que su antojo. El trabajo escaseaba y no podía arriesgarse a perderlo por ningún motivo. Se puso de pie, abrió la ducha, el agua en su rostro la despabiló haciéndola participar sin condiciones en la rutinaria y odiosa realidad.
Gustaba de la vida. A sus treinta y tres años era una mujer atractiva, de mente amplia, una formación científica relevante, amante de fiestas, reuniones y eventos de todo tipo.
Mercedes detestaba su trabajo. No coincidía con su preparación profesional Recibir escritos en la mesa de un juzgado no era lo que había soñado en sus fantasías adolescentes.
A su edad habiéndose titulado de psicóloga debería contar con su propio consultorio, en un barrio elegante y dando solución a las aflicciones de sus pacientes.
No era así. Lograr su título habilitante le costó tanto como conseguir con posterioridad los recursos necesarios para subsistir con alguna dignidad.
La remuneración que percibía por sus tareas en la justicia le permitía cubrir los gastos de vivienda, asistencia medica, alimentación y el austero esparcimiento que adornaba una vida razonable con alternativas interesantes.
No obstante no podía superar el disgusto que le provocaba asistir cada mañana a la oficina. Cuando ingresaba por la puerta antipánico se sentía que había fracasado. No podía evitar una intensa sensación de frustración la disgustara. En sus sueños y fantasía el horrendo edificio judicial desaparecía, se derrumbaba, no lo encontraba, era libre para empezar una nueva vida, alquilar un localcito, arreglarlo modestamente pero con buen gusto, transformarlo en un lugar agradable, en su consultorio. Paulatinamente se haría conocida, tendría sus pacientes, solucionaría sus problemas, se transformaría en una profesional de renombre con fundamento en sus conocimientos, sus ganas y su voluntad.
Sueños, ilusiones, delirios sin fundamento. Además del dinero para concretar su deseo debía superar su imbatible timidez y zafar de la sensación de tranquilidad que le otorgaba el ingreso mensual.
Termino de desayunar, se colocó su campera y marchó hacia el yugo. Como todos los días debería soportar al psicópata de su jefe, un ladino increíble, un tipo absolutamente intolerable.
Camino al juzgado pensó que quizá odiara más al juez que a su trabajo.
Faltando tres cuadras para llegar un intenso olor a plástico quemado fue percibido por su sensible olfato. Miro al cielo y vio que el celeste amanecer sureño se teñía de rojo. Apuró el paso, era un incendio, las llamas comenzaban a destacarse.
Llegó a la esquina del edificio de tribunales, no lo podía creer. El recinto de Satán estaba inmerso en un fuego incontrolable. Se fue acercando paulatinamente. Los bomberos le impidieron avanzar, se detuvo a unos cincuenta metros. Sus ojos brillaban mientras seguían la trayectoria de las llamas que trepaban al cielo. Una sonrisa se dibujo en su rostro.
Así permaneció hasta que del Juzgado sólo quedaron cenizas. Abrazó a Mónica su compañera más querida y comenzó a reír con todas las ganas la vez que gritaba.
- ¡Al fin! ¡Al fin! ¡Soy libre! ¡Absoluta y tremendamente libre!
Dio media vuelta y se dirigió a su casa. Mientras caminaba sintió un alivio relajante y sus pensamientos agradecían al oportuno cortocircuito que abrió las puertas de la prisión definitivamente.
 

Ningo

 
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