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CUENTOS

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Mi hermano

 A la luz amarillenta del farol de la esquina vimos con mi hermano Miguel como tres tipos fornidos estaban moliendo a palos a un flaco.

Corrimos a rescatarlo.

Al querer intervenir un cuarto personaje, que se bajó de un lujoso automóvil estacionado al lado del cordón de la vereda, nos amenazó con un revolver ¡No se metan! ¡No les interesa!

Así fuimos espectadores de una feroz paliza. La víctima Nora o Gabriel el que se pintaba los labios con rouge rojo brillante, se colocaba pestañas postizas larguísimas, polleras bien cortas, medias de red, cartera rosa, zapatos de taco aguja del mismo color y se paraba en la esquina de Rodríguez Peña y Luro aguardando en las sombras a su justo cliente.

Era el marica del Barrio.

Buen tipo, querido por los vecinos, servicial, siempre dispuesto a dar una mano o unos mangos a los mayores del departamento de al lado, siempre tan necesitados siempre tan abandonados. Cada tarde les llevaba facturas, y entre mate y mate carcajadas provocadas por las bromas de Nora que le daban color a la vida gris de los ancianos.

Cuando decidieron que ya era suficiente el que nos apuntaba con el arma dijo ¡ Ya no joderás más marica de mierda!. Subieron al auto y partieron velozmente.-

Nos abalanzamos sobre Nora. Estaba inconsciente. La cara destrozada, la ropa desgarrada, podían verse varias fracturas expuestas, en la clavícula, la rodilla derecha, el brazo izquierdo.

Llamamos al hospital desde mi celular. El médico que llegó con la ambulancia nos dijo que estaba muy grave. Lo acompañamos; directo al quirófano.

Esperamos con Miguel. Mucho tiempo, demasiado.

Al abrirse la puerta el cirujano se dirige a nosotros diciendo que no pudieron salvarlo. .Que los atacantes lo habían matado.-

Miguel comenzó a llorar desconsoladamente, como nunca lo había visto llorar en mi vida. Repetía ¡porqué!, una y otra vez. y del fondo de las entrañas salió un  franco y absoluto ¡HIJOS DE PUTA!, que retumbó en todo el edificio.-

Sabía que Miguel quería mucho a Nora. Eran muy amigos desde siempre, pero no creía que su cariño fuera tan intenso.

Sin hablar una palabra llegamos a casa. Miguel se encerró en su habitación un par de días y no salió hasta el lunes a la mañana.

Como cada día laborable,  desayunó un poco de café, hizo un comentario trivial e impecable, con la pinta de siempre, se fue a trabajar.-

Durante unos días no dejé de pensar en la reacción de Miguel respecto a la muerte de Nora. Exagerada, sin duda; sin sentido ni explicación cierta.

El tiempo fue haciendo su trabajo y mi inquietud se transformó en olvido.-

Una noche pasé por un moderno pub - recién inaugurado- en Gascón al mil cuatrocientos y a través de un amplio ventanal  vi a Miguel charlando con otro hombre en la barra. En ese justo momento el tercero acariciaba la mano de Miguel.-

Ahí empecé a comprender. De curioso me escondí tras un frondoso árbol y esperé que Miguel se retirara del boliche.-

Lo hizo en compañía del extraño. A media cuadra se abrazaron, dos labios hicieron un beso.

No lo podía creer. Miguel. Mi hermano pintón, apetecido por miles de mujeres hermosas era puto.-

Me costó unos días mirar a Miguel a los ojos. Sentía vergüenza. Un intenso asco.

Me decidí y hablamos. le conté lo que había visto  y mi parecer. Sin inmutarse lo confirmó. Que sí era puto. Que no le molestaba la opinión de los demás. Que simplemente era un hombre que le gustaban los hombres. Nada más. Todo bien, No era una enfermedad ni un delito. Era su gusto sexual.

Añadió que asumía riesgos por los malditos prejuicios, la agresividad de la gente que ejercía su eterna frustración insultándolo, golpeándolo, marginándolo.-

Convincentes y razonables argumentos. A partir de ese día fuimos más compinches, más hermanos, más amigos. Quizás porque compartíamos silenciosamente el secreto de Miguel.

Una jornada, volviendo del trabajo - turno nocturno en EDENOR, ex SEGBA - bajé del colectivo. Tres largas cuadras hasta casa. Caminé cincuenta metra y tres disparos, secos, contundentes, rompieron el silencio nocturno. Corrí hacia la esquina desde donde habían provenido los ruido terminantes. Dos tipos se alejaban en un automóvil blanco de líneas modernas gritando por las ventanillas abiertas ¡Se lo merecía era un puto de mierda!-

En el piso un hombre en medio de un charco de sangre que se iba agrandando a medida que me acercaba.

Llegué a su lado comprobé que no tenía pulso, estaba boca abajo con el calzoncillo y el pantalón arrugado a la altura de las rodillas. Lo di vuelta y los ojos enormes y azules de Miguel, inertes, me dijeron que todo había terminado.

Desde el alma el insulto ¡HIJOS DE PUTAS! se partió el corazón, el llanto se hizo incontenible, el dolor insoportable.-.

Traté de tranquilizarme. Con cuidado acomodé su ropa interior, levanté el pantalón a la cintura, ajusté el cinturón, arreglé su camisa, saque de sus bolsillos la billetera y la agenda personal,

En un instante llegó la policía. El oficial me preguntó si sabía que había sucedido.

Era mi hermano, le dije, lo encontré en retiro, a la salida del trabajo, me contó de una morocha de ojos claros que había conquistado esa noche.-

Al llegar aquí, de la nada surgieron dos tipos, nos apuntaron, le quitaron la billetera a  Miguel  se resistió y lo mataron.-

Aún no dejo de llorar.-

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