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CUENTOS

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Manuel

Marta se levantó con esfuerzo. No había dormido bien. Mil pesadillas cruzaron sus sueños. Le costaba retornar a la realidad.
Se sentó en la cama, se irguió, lenta y pesadamente se dirigió al baño, una ducha rápida conectó todos sus sentidos.
Se secó cuidadosamente, se colocó su habitual bata blanca y bajó a desayunar.-
Al pasar por el espejo del pasillo notó algo raro en su cara pero no le dio importancia.-
En la cocina su hija Elena le preparó un par de tostadas con mermelada de naranja y le sirvió una taza de café bien cargado.-
Empezaron a comentar las catastróficas noticias que como cada día difundía el diario local cuando Elena remarcó ¡Mamá, te pasaste con el maquillaje!
Marta sonrió, su piel era blanca como la leche, jamás usaba maquillaje porque le provocaba una horrenda erupción, así preguntó ¿Que maquillaje?
En la cara mamá. Parece que pasaste por una cama solar, agregó Elena.-
Marta se levantó curiosa, fue hasta el gran espejo del comedor y espantada este le devolvió una Marta tostada, color bronce, un tono amarronado. Nada quedaba de la blanca y nívea Marta.
Ansiosa abrió su bata y comprobó que todo su cuerpo tenía el mismo color..-
Se puso un jean, una remera, tomó la cartera, las llaves del asunto y voló hasta el consultorio del Dr. Rodríguez, su médico de siempre, él le diría que sucedía.-
En la sala de espera había tres personas. Sentía sus miradas en la nuca. Ella disimulaba, de espalda a las demás pacientes, hacia que miraba tres horribles cuadros que pretendían adornar la pared; se sentó en una punta de un largo banco, miró hacia el suelo, allí advirtió que en el apuro se había colocado un zapato celeste y otro rosa.
Se sentía molesta además que preocupada. Se había hinchado pensó. En realidad comprobó que no era así, en el barullo se había colocado un jean de su hija - dos talles menor que el de ella - .-
Las pacientes que se retiraban seguían mirandola, transpiraba, la camisa fuera del pantalón, mal abrochada, tenía ganas de llorar y gritar.-
Finalmente fue su turno. Atropellando sillas y mesitas ingresó al consultorio.
El Dr. Rodríguez la saludó cariñosamente, un beso en la mejilla como siempre y comento Martha ¿qué tal el viaje?. El Caribe seguramente, mucho mar y sol, ¡hermoso tostado!-
Allí Marta se desplomó sobre una silla y comenzó a llorar. El Dr. Rodríguez trataba de consolarla pero sus esfuerzos eran infructuosos.
Marta repetía una y otra vez ¡La piel doctor! ¡La piel!
¡Qué pasa con la piel? preguntó el médico
Cambió de color Doctor. No fui a ninguna playa, nada de sol. Cambió de color de la noche a la mañana. De blanca como la nieve pasó a ser color bronce, tostado ¡No sé! gritó llegando a la histeria.-
El médico la examinó minuciosamente, le dijo que clínicamente estaba todo bien, le mandó una serie de análisis, que después se vería y galante apuntó ¡Marta estás muy hermosa con tu nuevo color!.- Además la piel rejuveneció, es suave y saludable.-
Agradeció el inesperado piropo. El Dr. Rodríguez no era de ese tipo. Siempre serio, prudente, atinado. raro, realmente raro.-
Despistada olvidó que había ido al consultorio del Dr. Rodríguez en su automóvil y volvía a su casa caminando, pensativa, inquieta.
Al salir cada vereda un piropo elegante, bien dicho, no sabía cómo reaccionar. Ya no recordaba la último vez que le habían regalado un piropo.
Pensó que sería por el ajustadísimo jean de su hija. Pero porque le decían ¡Morocha de mis sueños! ¡Morocha hiciste trizas mi corazón! Morocha era la palabra clave de cada galantería.-
Llegó a su casa desconcertada. Le dio las llaves del auto a su hija y los datos para ir a buscarlo. Antes le pregunto ¿Elena, qué opinas de mi nuevo color?
¡Te queda bárbaro mamá! Tus ojos azules se lucen más, aparecen intensos, seductores. Te digo ¡Jamás me había fijado que tenías esos ojazos azules tan bellos y tu cabello negro aparece más brillante, lleno de vida!
Hasta mi jean te queda bien. Te lo regalo, pareces una pendeja.-
Su hija se fue, golpearon a la puerta, era el chico del supermercado que venía a buscar el pedido diario. ¡Guau! grito el mocoso. Diga que mi novia es muy celosa si no la invitaba a tomar algo. Si me enojo con la piba le aviso.-
Sonrió, le dio el papel con el pedido, cerró la puerta con llave y corrió al baño principal. Se desvistió frente al enorme espejo y coincidió con sus nuevos admiradores. Su piel morena le quedaba de maravilla. Había desaparecido esa palidez mortal que la torturaba. Sus ojos resaltaban en su tez tostada, el largo cabello negro brillante, todo su aspecto armónico, agradable ¡espectacular!-
Como le había dicho el Dr. Rodríguez su piel había rejuvenecido, era suave, saludable, nada de la aridez anterior.
Se animó a colocarse una cortísima pollera de su hija, una remera atrevida, abrió la puerta de calle y salió a caminar, quería ver los resultados.
Mil piropos, invitaciones atrevidas, argumentos pícaros, a pie o desde los autos.-
Retornó espléndida. Se sentó sonriente en el sillón de la casa. Ya nada le molestaba, ni la humedad, ni el calor, ni los pelos de Manuel - el nuevo gato de Elena - que estaban por todos lados, la oscuridad de los ambientes, los muebles anticuados. Nada. Todo era formidable. ¡El gran gusto de vivir!-
Todo estaba bien. De ser una flaca pálida e insulsa había pasado, por una cuestión de piel, a ser un terrible minón, según la expresión de uno de los piropos atrevidos. En una mujer apetecible.-
Porque adoraba los piropos comenzó a salir frecuentemente - caminando por supuesto-. Cambió su vestuario. Un talle menos toda la ropa y de estilo juvenil.
Los análisis no dijeron nada importante. El Dr. Rodríguez afirmó que seguramente debía ser algún tipo de alergia. Por la primavera, por el polvillo en el aire, algún insecticida, un animal domestico, por el renacer de las flores.-
Para saber exactamente el motivo que la producía debería someterse a múltiples estudios que jamás se haría. Nunca se había sentido tan bien.-
En una de sus salidas entró a un bar. Acercó una silla a una de las mesas y pidió un café. Al sacar un cigarrillo un señor muy elegante se acercó, encendedor importante, lo encendió, ella dio una pitada profunda, una sonrisa y la charla se impuso. El  la invitó a su casa, ella aceptó, se suben a un Mercedes espectacular, el cielo en cuatro ruedas.-
Llegan a una mansión de encanto, unas copas, un suave beso y el gran amor.
Todo el amor en la más bella habitación que había conocido. A su lado un hombre hermoso, toda pasión. Era un sueño, pensó y dejó que la vida la llevara donde se le antojara.-
Al anochecer la acompañó hasta su casa, quedaron en verse, fijaron una cita formal.-
Marta gritó de felicidad. Su vida era ¡Espectacular! Todo por un milagroso cambio de piel.
Desbordando de alegría se acostó, bellos sueños.
Al despertar saltó de la cama, una canción en sus labios, se lavó la cara y al mirarse en el espejo. No lo podía creer. Su tez era blanca, blanca como una sábana blanca. Nada de su color tostado, de su piel morena. Abrió la bata y comprobó que el desastre era total.
Salió del cuarto corriendo, desesperada, llorando. Se abrazó con el llanto, el desconsuelo y la desesperación de su hija Elena que repetía una y otra vez. ¡Manuel se perdió! ¡Manuel se escapó!, mientras los últimos pelos del minino que quedaban en la casa volaban buscando la calle a través de las ventanas abiertas de par en par.-
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