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De familia

- Ya no me importan las consecuencias. Tengo que decirte lo que pienso o voy a morir de un ataque. Sos un mal tipo, Juan.
- ¡Cómo me vas a decir eso!
- Porque es cierto. Tu placer es causar daño. Tu objetivo, que el otro se sienta mal.
- No es así. Yo soy el jefe y me limito a procurar que cada uno de los trabajadores cumpla con su rol, que no pierda el tiempo en tonterías. Mi único interés es la empresa y su éxito en el mercado.
- No, Juan. Sos un turro. Te divertís mortificando a la gente, sancionándola sin motivo, apercibiéndola por pavadas, dejándola sin trabajo, en la calle, sin posibilidades.
- Estás loco. Vos sabés de mi sacrificio diario, de la dedicación que pongo en el fiel cumplimiento de las tareas, de mi respeto al personal.
- No tenés vergüenza, Juan. A vos no te calienta el laburo. Todo el tiempo boludeando. Tu mayor esfuerzo es mandar que otro acomode la pila de trámites atrasados que no resolvés.
- Eso es porque mis actividades extraordinarias me superan. Ocupan casi todo mi tiempo. La investigación y el perfeccionamiento son esenciales para el desarrollo de la firma.
- Mentís, Juan, mentís. Tu perfeccionamiento no le interesa a nadie ni sirve para nada. No tenés idea de lo que hacés. Jodés, sólo jodés. A todos. Desde el director general hasta la señora que sirve el café. Todos somos víctimas de tu inútil verborragia. Esa catarata de palabras y argumentos sin sentido ni fundamento.
- Lo que estás diciendo es una infamia y tendrá graves consecuencias.
- Eso. Sos un infame. Humillás a todos, faltás el respeto, investigás intimidades, vidas privadas, intentás encontrar ese dato que te permita ridiculizar, burlarte de tu ocasional víctima. Como buen cobarde utilizás la amenaza y el temor para conseguir que el otro se someta, se subordine a tus delirios.
- Decididamente esto no puede quedar así. Exijo una rectificación, un arrepentimiento. Son injurias de extrema gravedad.
- Injurias que justificarían el despido ¿No, Juan? Qué placer sentís al pronunciar tus sentencias: apercibimiento, suspensión, despido. Sos un idiota. Creés que el poder pasa por el castigo. No, Juan, el poder pasa por el reconocimiento, por la admiración, por el ejemplo. Vos jamás tendrás poder. Es un atributo imposible según tu esencia.
- Te ruego que te calles o esto terminará mal.
- Mirá, Juan, vos además de tonto sos un gran fracaso. La frustración absoluta, un error de la naturaleza. Haceme un favor, andate y dejame trabajar en paz. Sos tan bobo que parecés no saber con quién estás hablando. Soy Mario Perdone, tu padre, el dueño de esta empresa que te confié y que tu soberbia, tu falta de sentido común y la ausencia de idoneidad que te caracterizan están llevando a la quiebra con juicios y juicios por despido, incumplimientos contractuales, reclamos de perjuicios de todo tipo. Trataré de encontrarle la vuelta a todo este lío. Mientras tanto, ¡andate!
- Bueno, papá. Como digas. Aunque sigo pensando que esta empresa necesita mano dura, disciplina, autoridad y que yo soy la persona indicada.
- ¡Para hundirnos!
- Cálmate, papá. ¿Necesitás algo?
- ¡Que te vayas!
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