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Compañeros

Fuimos pensados juntos. Un par de bellos zapatos artesanales con cordones, fina gamuza marrón, suela importada. Una maravilla.-
Gran regalo para un mocoso de fortuna, buen ánimo, excelentes relaciones, los mejores lugares. Nosotros éramos reservados para las grandes ocasiones. Noches con hermosas jóvenes, de cabellos siempre rubios, de ojos siempre claros, delgadas, talles inexistentes, prestas al amor y a la caricia. Mucho poder mi dueño. Su palabra era ley. El rey del mundo.
Presentíamos que nuestra vida a su servicio no sería prolongado. La gente poderosa acostumbra a cambiar seguido su calzado.
Así sucedió y nos obsequió a su secretario personal. Con el conocimos la maldad, la intriga, la traición.
Puesto a sus pies vimos como se deshacía de nuestro común patrón. Un mal socio, un mal amigo y secretario. Así acabó un buen amo ingenuo y lleno de ilusiones.-.
El secretario tuvo el gran poder. Compro calzado nuevo y nos entregó a un pariente, un primo del maleante, un buen tipo a pesar del tío.
Muy joven, amigo de la buena lectura, de los espacios verdes, de la naturaleza. Se hizo amigo de una hermosa morocha de ojos como el cielo, suave, de voz de arroyo. Una delicia de damita. Paseos, citas, primavera, mariposas, trigo, amor de vez primera, toda la gloria.
Una delicia. Decidieron vivir juntos. Allí estuvimos nosotros. Tiempos de suavidad, de vida plácida y agradable.
Nuestro joven dueño necesitaba dinero a cualquier costo. Sin trabajo y habiendo vendido casi todo sólo quedábamos nosotros.
Nos compró un señor maduro, con aspecto de oficinista, traje con chaleco usado y semicalvo.
Nos cuidaba como si fuéramos su gran tesoro. Sólo salíamos del ropero donde nos guardaba para alguna gran ocasión, una fiesta especial, o la cita con una dama muy preciada.
Nos limpiaba cada mañana con esmero, consiguió un tinte especial para gamuza, cambió nuestros cordones algo viejos por unos nuevos. Parecíamos – pura apariencia- zapatos recién comprados.-
Nuestro amo ocasional lamentablemente muere súbitamente de un ataque al corazón. Los herederos se reparten los bienes y vamos a parar a los pies de un granjero, con mucho trabajo para hacer, pocas ganas, amigo de la bebida, de caballos lentos y damas ligeras.-
Tiempo de sorpresas. De aventuras. Lo inesperado comenzó a ser rutina. Hoy dormíamos con nuestro amo, mañana y por varios días al pie de la cama. Otras veces aprendiendo a cabalgar, caminar por campos de trigo, maíz, cuidar animales, recorrer cercos. Apreciar la belleza de noches de luna llena plena de estrellas. Compinches de un pícaro soñador.
Amigo del juego, una noche nos perdió en una mano de póquer y fuimos súbditos de un audaz jugador.
Arduo trabajo. Noche tras noche. Caminar y caminar mesas de juego. Descanso en alguna partida de póquer. Huir raudamente por alguna trampa rutinaria. Terminamos en una morgue.
No corrió lo suficiente y murió con los zapatos puestos.-
El sepulturero fue nuestro dueño a partir de ese momento. Especialistas en cadáveres, cajones, mortajas, etc. No descansábamos nunca mucho trabajo y éramos los únicos zapatos que poseía.
Tanto trajín nos fue desgastando, perdimos prestancia, ese aire de travesura que siempre tuvimos. También ayudó el tipo de trabajo.
En el hospital donde terminó sus días nos sacaron sin ningún cuidado de los pies del finado. Recogieron sus cosas y las quemaron. Yo me salvé. No sé como llegué a este desierto solitario.
Así en medio de estas reflexiones del abandonado zapato derecho aparecen un par de buscadores de botellas y cosas viejas. Uno le dice al otro. ¡Hoy es mi día de suerte!- A la mañana encontré un zapato de gamuza marrón que me calzaba al pelo y ahora me encuentro con su compañero. ¡Suerte, lo que se dice suerte!

Ningo

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